Renunciar a algo o a alguien no es tarea fácil. No basta con hacer ver a los demás que pasas, que ya no es nada para ti, jadear que lleva tiempo sin serlo. Conlleva no buscarlo, de ninguna de las maneras y formas posibles. Aquí entran desde la última conexión a una simple mirada. Conlleva olvidar, y cuando hablo de olvidar hablo de que no vale sonreír al escuchar su nombre, ni que éste suene en tu cabeza cada vez que escuchas esa canción, o recuerdas aquel sitio y aquella hora. Conlleva no pensar que estará haciendo, o pensando, o sintiendo en un determinado momento, ante una determinada situación. Conlleva no necesitar de él cuando tengas que desahogarte, cuando tengas un problema, te sientas perdida y no sepas a dónde ir. Conlleva aceptar la decisión, sea tomada por ti o por la otra parte de esta declinación. Conlleva aparentar, sí aparentar. Al principio será difícil aunque al final te acabaras acostumbrando y apenas se te notará. Conlleva parte de resignación y sacrificio, porque si renunciar fuera tarea fácil a ninguno de nosotros nos costaría hacerlo. Conlleva no preguntarte el por qué, porque nunca hallarás la respuesta, porque sólo tú, y hablo de tí, la tienes.
Pero es que, ¿sabes? Creo que no puedo renunciar a ti, créeme que no puedo. Lo he intentado por todos los medios y no lo consigo. He ideado mil y una formas y siempre hay una dos en la que apareces. De una forma u otra, vuelves. Unas veces de la manera más normal y otras el destino hace que aparezcas de la forma menos oportuna. Pero vuelves. Y entonces es cuando no se si alegrarme de volver a tenerte cerca o maldecir a este caprichoso destino por ponerte de nuevo en mi vida. Así que no se si es que no renuncio bien, si es que no sigo todos los pasos, si es que no me esfuerzo lo suficiente para dejar paso a esta historia y comenzar otra distinta o es que verdaderamente lo de renunciar a ti es misión imposible.