Lo mejor de la vida despeina, y qué mejor que despeinarse por luchar por ella.
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La vida. Y qué vida. Hay veces que es inevitable sentirte débil ante ella. Hay días que tus problemas pasan a un segundo plano, y digo segundo porque son tuyos, y quieras o no, te importan y te afectan por encima de todo. Pero en realidad son insignificantes. Tanto que llegas a maldecirte por preocuparte por ellos.
¿Sabes? Tenemos una vida idílica, de ensueño. Nos levantamos por la mañana maldiciendo al despertador que cada día nos presenta una nueva realidad, una nueva oportunidad. Tenemos alimentos, ropa y miles de objetos que nos proporcionan una aparente felicidad. Contamos con salud, amigos, amor y dinero en mayor o menor cantidad y sin embargo no estamos satisfechos. Tenemos miles de razones por las que sonreír, por contar con la oportunidad de disfrutar de esta maravilla y no somos capaces de hacerlo. O no hasta que nos damos cuenta de que somos afortunados. Qué iluso y egoísta el ser humano y que caprichosa la vida. Medirnos en fuerza, en coraje, en valor. Ponernos a prueba de esta manera. Luchar por y para la vida, aún sintiéndonos débiles, es nuestro reto. Darte cuenta de ello te hace, sobre todo, crecer. Y es duro ver como has malgastado tu tiempo en sin sentidos, con pequeñeces. Has distraído a tu ser de lo que verdaderamente es importante.
Por eso yo voy a cogerme a la vida. Voy a cogerla tan fuerte que no voy a dejarla escapar. Uniré mi fuerza con la de todos ellos e iremos de frente, sin miedo, porque no estamos solos. Cada segundo voy a pelear por estar aquí y sé que tú también.
Lo mejor de la vida despeina, y qué mejor que despeinarse por luchar por ella.
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